INTRODUCCIÓN
A lo largo de todo el siglo XVI se produce en Europa la definitiva consagración de la novela, que sustituye a los viejos cantares de gesta y a los cuentos o apólogos como representación de lo que hasta ese momento se consideraba la épica o género narrativo. Aunque ya en la segunda mitad del siglo XV encontramos ejemplos de largos relatos en prosa, novelas de caballerías y sentimentales, es en el siglo XVII cuando aparece la novela moderna. La historia de esta novela se prolongará más allá del siglo XVII de modo que, hasta casi mediados del XVIII vamos a hallar tanto publicación de nuevas novelas que siguen los modelos de las novelas del XVI y XVII, como reediciones de novelas que triunfarán en estos siglos. Hallamos también un público mayoritario que sigue prefiriendo las novelas del XVII a esa novela del XVIII, dominado por la Razón (Ilustración).
En la literatura española, coincidiendo con el reinado de los Reyes Católicos aparecen las primeras novelas. A partir de este momento en la literatura castellana triunfaran las novelas que llamamos genéricamente idealistas, tanto las que provenían de la Edad Media, los libros de caballerías y novelas sentimentales, como las propias del Renacimiento: la pastoril, la morisca y la bizantina. Junto a éstas, hay otras que podríamos calificar, a falta de un término mejor, de novelas realistas. Serían las novelas picarescas. Hay también unos géneros narrativos o pseudo-narrativos (en los que no nos vamos a detener por la falta de tiempo) como son el diálogo renacentista y las misceláneas.
Las razones de este despegue son variadas:
- Difusión de la imprenta, que permite publicar libros en las principales capitales de provincia: Madrid, Burgos, Valencia, Salamanca…
- El aumento de la población en las ciudades favorece el comercio y la difusión del libro.
- El disfrute del ocio y tiempo libre, sobre todo de la población urbana, favorece la lectura de novelas como entretenimiento y distracción.
Surge de este modo el término novela, procedente de la novella italiana, para designar relatos de ficción, generalmente de extensión media, al estilo de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes, en tanto que se reserva el concepto historia para referirse a narraciones más extensas.
1. GÉNEROS DE ÉXITO. Las novelas idealistas
1.1.Los libros de Caballerias:
No ha habido en la historia de la literatura castellana un género tan popular como el de los libros de caballerías. El propio Carlos V era un ávido lector de este tipo de narraciones y a petición suya se escribió la continuación de Belianís de Grecia, los cortesanos seguían el modelo caballeresco que propugnaban estos libros fantásticos, y fueron la lectura favorita de Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús… Y no podemos dejar de mencionar, que de la caricatura que de estos libros hizo Miguel de Cervantes, nace la que está considerada la mejor novela española de todos los tiempos, el Quijote.
Por su argumento, los libros de caballerías son obras fundamentalmente de acción que se centran en dos ejes: el de las aventuras heroicas y fantásticas que se desarrollan en un mundo irreal (tierras lejanas y exóticas, donde habitan seres extraños como magos, dragones, gigantes…); y el del tema amoroso.
El origen de este tipo de narrativa es la novela cortesana francesa, el Roman courtois, un tipo de relato surgido en Francia y escrito en latín, en el siglo XII que narra las leyendas de “ciclo artúrico”, pero también las leyendas clásicas y los temas orientales.
Los libros de caballerías, designación que se refiere a las obras españolas originales de los siglos XVI y XVII, se constituyeron como género cuando Rodríguez de Montalvo recreo a finales del siglo XV el Amadís de Gaula y Las sergas de Esplandián. Con estas primeras obras se ponen las bases fundamentales de las estructuras y las técnicas narrativas de las novelas de caballerías posteriores:
· Desarrollo simétrico de aventuras, creación de suspense por el procedimiento de retrasar el cumplimento de los deseos del héroe mediante la inserción de aventuras;
· Narrador omnisciente (con frecuencia un historiador ficticio), aunque se introduce también el punto de vista de algunos personajes cuando se encargan de narras algunos episodios;
· y especialmente, la configuración del protagonista como héroe de la caballería andante: extraordinario valor físico (no se fatiga ni cae enfermo y se recupera rápidamente de las heridas), se enfrenta sólo a muchos enemigos juntos y, en definitiva, sólo le afectan las penas de amor. El tiempo no afecta al héroe, que permanece inalterable a lo largo de todo el relato. Los valores del caballero responden a los de los nobles del siglo XV, que viven en una sociedad refinada y que ocupan su tiempo en la caza, torneos de caballeros y reuniones cortesanas, que sustituyen la actividad guerrera. Se mueven por dos valores fundamentales: la fama alcanzada en hazañas heroicas y el inquebrantable amor a su dama.
El Amadís de Gaula fue el inicio de una ola de libros de caballerías, de la que da testimonio el Quijote de Cervantes: además del Amadís en el Quijote se mencionan Las sergas de Esplandián, Amadís de Grecia, Rogel de Grecia, el Caballero del Febo, Palmerín de Oliva, Tirante el Blanco escrita por el valenciano Joanot Martorell, etc.
1.2.La novela pastoril
Una novedad que está muy en boga en la segunda mitad del siglo XVI es la novela pastoril, importada tardíamente de Italia, que viene a tomar el relevo al libro de caballerías. Si en aquel domina la aventura, en esta lo esencial es el análisis del sentimiento amoroso. Frente al ritmo acelerado, el tempo lento; frente a la acción externa, el mundo interior.
Lo mismo que la égloga garcilasiana, se inscribe en la tradición bucólica heredada de Virgilio, la novela pastoril castellana cuenta con modelos italianos como el Ninfale d’Ameto de Boccaccio y la Arcadia de Sannazaro. Los enamorados de la novela pastoril, adoptan el hábito de pastores, que viven absortos en sus propias vivencias, en estrecha comunión con la naturaleza. Intimismo y paisaje son factores esenciales e indisolublemente unidos. En la novela pastoril la naturaleza aparece idealizada y es frecuente el tópico literario de Horacio, locus amoenus. El estilo es afectado y la sintaxis latinizante. Se trata de un género inverosímil en su refinamiento que, por eso mismo, resulta menos vivo y expresivo. Aun así, gozó de gran aceptación entre los lectores, que sin duda apreciaban la elegancia y distinción del relato y su suave melancolía. Aunque se acoge a la tradición del amor platónico, lejos de la malsana concupiscencia, provocó la inquina de los moralistas, que no veían con buenos ojos esa delectación morosa en la afectividad.
Su éxito quizá se debiera a que era un género que en ocasiones disfrazaba casos reales con un mundo de ficción, lo que no deja de ser una convención literaria, ya que incluso los lectores sabían en muchas ocasiones de qué suceso real se trataba.
El portugués Bernardim Ribeiro da los primeros pasos con Menina e moça, a medio camino entre el mundo caballeresco y el bucólico. Pero el despegue definitivo se debe a su compatriota Jorge De Montemayor, autor de Los siete libros de la Diana. Como es preceptivo, desarrolla una historia de amores contrariados, rodeada de otras análogas. Es una obra dispersa. Las calidades de la prosa son muy superiores a las de los versos que se mezclan con ella; aún así, el estilo resulta desigual.
En medio de la nutrida descendencia de la Diana, adquiere particular relieve, e incluso llega a superarla en algunos aspectos, la Diana enamorada de Gaspar Gil Polo. Quiere ser continuación del relato de Montemayor.
En fechas posteriores, cuando el género está ya en declive, encontramos muestras como El pastor Fílida de Luis Gálvez De Montalvo, La Galatea de Miguel De Cervantes y la Arcadia de Lope De Vega.
La Galatea, de Miguel de Cervantes (1585)
Esta narración bucólica es la primera obra escrita en prosa por Cervantes. Dividida en seis libros, forma parte de la tradición clásica y renacentista de la novela pastoril, cuyo tema central es el amor expresado por refinados y cultos pastores en el escenario de una naturaleza artísticamente idealizada
Es la historia de los amores de Elicio y Erastro por la pastora Galatea-Pero además la obra incluye cartas, debates acerca del amor, narraciones interpoladas, poemas amorosos y algún que otro pasaje de crítica literaria.
A parte de las influencias italianas, es notable la huella de Fernando de Herrera, fray Luis de León o Garcilaso de la Vega, y de la obra Los siete libros de la Diana, de Jorge Montemayor.
Arcadia, de Lope de Vega (1598)
Fue escrita en la época en que Lope de Vega vivió en la corte del duque de Alba. El mismo Lope anuncia en el prólogo la carga autobiográfica.
1.3.Los libros moriscos
El término morisco se refiere a ciertas creaciones literarias escritas en verso (romance morisco) o en prosa (novela morisca) que se producen en España entre los siglos XV y XVII y que se centran en la figura del moro.
En los siglos XIV y XV surge una corriente de simpatía y atracción por la vida, arte y costumbres de los árabes del reino de Granada. El lujo, la forma de vestir, elegancia, destreza en la equitación de los moros granadinos produce admiración en los castellanos. Después de la conquista de Granada también van a surgir nuevos romances moriscos, ya sin las connotaciones épicas de los primeros, pero que pondrán de moda la figura del moro galante. Con ellos aparecerán nombres ficticios de personajes que se harán familiares a los oídos españoles, pues serán utilizados por poetas españoles como Lope de Vega o Góngora.
La novela morisca desarrollará plenamente el tema morisco. Su expresión más conseguida se produce en el relato de El Abencerraje y la hermosa Jarifa, que conocemos en tres versiones diferentes, una de ellas interpolada en el capítulo cuarto de la Diana de Montemayor. La novela fue muy conocida en su tiempo hasta el punto de que algunas de sus episodios fueron representados en fiestas populares.
1.4.La novela bizantina
Destacable también en este período es la novela bizantina. Es, por antonomasia, la novela de aventuras escrita, sobre todo, para evasión y divertimento del lector. La novela bizantina es una novela dinámica. Estas novelas son narraciones de amor y aventura en las que la necesaria pareja sufre la desgracia de la separación y, cada uno por su lado, extraños y complicados avatares, que terminan siempre felizmente, con el reencuentro de los amantes.
El Libro de Apolonio (hacia 1250), obra anónima castellana del mester de clerecía, que narra las aventuras del rey Apolonio de Tiro, muy conocidas en la Edad Media es una anticipación al género. Su estructura sigue el modelo de lo que posteriormente sería la novela bizantina, pues se trata de una complicada historia de amor y aventuras con final feliz, en el que Apolonio y su familia son recompensados por su fe en Dios.
El modelo principal es un libro griego, la Historia etiópica de Heliodoro, traducido varias veces al castellano, con diversos títulos durante el XVI, y que fue muy elogiado por Shakespeare, Lope de Vega, Cervantes, Montaigne…
En rigor, la crítica sólo considera (no sin reticencias) como bizantinas las siguientes narraciones:
· Historia de los amores de Clareo y Florisea y las tristezas y trabajos de la sin ventura Isea, primera novela española de este género y que instaura, prácticamente, los rasgos genéricos fundamentales del bizantinismo.
· Selva de aventuras e Historia de Felesnedo (segunda parte de Selva de aventuras) de Jerónimo De Contreras.
· Los trabajos de Persiles y Sigismunda, obra póstuma de Cervantes que entronca con el género de la novela bizantina. El relato cobra un valor alegórico, pues presenta la peregrinación de Arnaldo y Auristela, como símbolo de la vida terrenal, y van ascendiendo espiritualmente hacia el más allá en un sentido cristiano.
1.5.El relato breve
Por otro lado, se despierta la afición por el relato breve que sirve de entretenimiento, con modelos tan ilustres como los italianos Boccaccio, Giraldi Cinthio, Bandello, Straparola y Sachetti. Toma la delantera en este campo Juan De Timoneda. No es propiamente un creador ya que se limita a recopilar obras ajenas, generalmente de procedencia italiana, y a reunirlas en colecciones: Sobremesa y Alivio de caminantes, Buen aviso y Portacuentos y El Patrañuelo.
2. ORIGEN Y RASGOS DE LA NOVELA PICARESCA.
Frente al mundo idealizado de las novelas de caballerías y pastoriles, por ejemplo, nos encontramos con la novela picaresca que nos muestra una parcela de la realidad, donde lo cotidiano y sus ambientes son una plasmación literaria negativa, triste y amarga de la realidad. De la misma manera, que las novelas de caballerías tenían su héroe, las novelas picarescas tenían su antihéroe. La crítica literaria ha insistido en la necesidad de no confundir, hasta identificarlos, el mundo tal como aparece en las novelas picarescas con la realidad histórica. La razón por la que algunos autores se centraron en estos contenidos parciales de la realidad fue quizá la predilección por un mundo que se alejará del libresco que reflejan las ficciones literarias de las novelas idealistas o la obra de los ascetas y místicos.
Este tipo de obras desenmascara un mundo que de alguna manera se pretendía ocultar, es decir, denuncia una verdad incómoda. Frente a los sueños imperiales de Carlos V, conectados con las novelas caballerescas o pastoriles, este género nos informa de que hay una realidad social imperfecta, caracterizada por la mendicidad, la pobreza de los nobles, un mundo sin caridad (visión erasmista del clero). La mendicidad por sí sola no explica la aparición del pícaro. Otra causa sería la honra, o la ausencia de ella, ya que en la picaresca se observa un resentimiento hacia ella. Para Américo Castro, la picaresca es producto de los conversos y la marginación que éstos sufrían por carecer de limpieza de sangre.
Encontramos precedentes literarios de los pícaros en obras no picarescas pero de ambiente apicarado, como el Libro de Buen Amor, donde parece el Arcipreste de Hita como personaje de vida alegre, paseándose por los bajos fondos y teniendo aventuras carnales. Además, en esa misma obra aparece la alcahueta Trotaconventos, precedente de Celestina. En la Celestina de Fernando de Rojas parece la protesta social, con ataques a la honra y a la jerarquía social. Todo ello, con gran uso de expresiones populares. Estamos ante una literatura amarga, trágica, en conexión con los conversos. También en el teatro de Torres Naharro y Gil Vicente aparecen personajes apicarados. La obra de Fernando de Rojas dejará amplia sucesión en el llamado género celestinesco. Son piezas escritas en prosa, a medio camino entre la narrativa y el drama. Igual que el modelo, presentan lances de amores desvergonzados que se llevan a cabo con la ayuda de los criados y de una alcahueta. Pero carecen de la intensidad trágica de La Celestina. Se limitan a reproducir una fórmula preexistente, de la que toman lo más superficial. El lenguaje, aunque incluye giros populares, deriva con frecuencia hacia lo retórico y altisonante.
De ambiente realista y tono descarnado, ofrecen una amplia galería de tipos humanos, estrechamente emparentados con la picaresca. El desenfado de las escenas eróticas y la crítica de la vida inmoral del clero explican la decadencia del género en la segunda mitad del siglo XVI, cuando la Inquisición actúa con más fuerza en estos casos.
Figuran en primer término las tres Celestinas:
Ø Segunda comedia de la Celestina (1534) de Feliciano De Silva
Ø Tercera parte de la tragicomedia de Celestina (1536) de Gaspar Gómez De Toledo
Ø Tragicomedia de Lisandro y Roselia, llamada “Elicia” y por otro nombre cuarta obra y tercera Celestina (1542) de Sancho De Muñino.
También forman parte de esta serie:
Ø Comedia Tesorina y la Comedia Vidriana de Jaime De Huete.
Ø Comedia Tebaida, la Comedia Hipólita y la Comedia Serafina, anónimas las tres.
Ø Auto de Clarindo...
La lozana andaluza
Esta obra está considerada como parte de la tradición de La Celestina (escrita unos treinta años antes por Fernando de Rojas) y es el precedente más inmediato del Lazarillo de Tormes. Comparten ambas la estructura dialogada, el tema tratado y el enfoque picaresco propio de este género, además de las frecuentes menciones que, de la obra de Rojas, se hacen en La Lozana a lo largo del relato.
La obra, que refleja el nuevo sistema de valores del Renacimiento, nos ofrece un rico retablo del mundo prostibulario. Insiste mucho el autor en que está sacada directamente de la realidad. Todo lo domina la corrupción moral y el culto a los placeres, pero se deja sentir la amenaza del castigo.
Interesa sobre todo la frescura del lenguaje, con sus abundantes expresiones de argot. Sin el menor pudor, se alude constantemente a las prácticas sexuales, recurriendo a todo tipo de metáforas y eufemismos. El texto se ha mantenido vivo hasta el presente.
Suele considerarse que la publicación del Lazarillo de Tormes en 1554 inicia uno de los géneros más representativos de nuestra literatura del Siglo de Oro: la novela picaresca. Aunque es posible incluir la obra dentro de la literatura, presente en casi todos los países, centrada en el motivo del desheredado, el vagabundo o el hampón, sólo en España, logra alcanzar un desarrollo literario que, lejos de lo anecdótico, alcanza categoría universal. Aunque hay obras de este corte en el resto de Europa, como el Simplicísimus alemán, la picaresca de España es mucho más compleja y perfecta.
Sin embargo, las diferencias abismales que median incluso entre esta primera y la más inmediata, Guzmán de Alfarache (1509 y 1604) de Mateo Alemán, han llevado a algunos estudiosos, como Alexander A. Parker, a negar la conexión entre el Lazarillo y sus sucesoras barrocas. Otros, con Fernando Lázaro Carreter a la cabeza, proclaman, a pesar de los pesares la existencia de una serie de rasgos comunes que definen el conjunto. Creemos que no hay duda de que el Lazarillo está en el origen del género, aunque no se pueden ignorar las enormes diferencias de concepción que la separan del resto.
Las características que pueden aislarse son las siguientes:
· Forma autobiográfica. Salvo raras excepciones, siempre es el protagonista quien nos cuenta sus propias andanzas. Frente al héroe idealizado del libro de caballerías, aparece aquí un héroe que ha de luchar por la subsistencia, cuyas miserias no tienen otro biógrafo que él mismo. De este modo, todo el relato está enfocado desde un único punto de vista: el del pícaro, que nos da su versión particular, unilateral, de los hechos. Cuando llega a la madurez o a la vejez, vuelve la mirada atrás para contarnos su historia a la luz de la experiencia adquirida.
· Orígenes deshonrosos. El protagonista aparece como víctima inocente de faltas que él no ha cometido. Sus padres pertenecen a los estratos más bajos de la sociedad y son casi siempre ladrones, brujas, prostitutas... Sobre el pícaro pesa una herencia nefasta, es un pecado original. Desde el primer momento, nos habla de estos antecedentes familiares para justificar su conducta.
· Sátira social. La picaresca presenta la cara negra de una sociedad en la que el protagonista se siente marginado. Su condición de mozo de muchos amos le permite acceder a la intimidad de individuos pertenecientes a los estamentos más representativos y mostrarnos su mezquindad y bajeza. El carácter itinerante del relato (el pícaro se desplaza sin parar de un sitio a otro) amplía el abanico de posibilidades y facilita la crítica. En el Lazarillo es más irónica que amarga, pero las novelas posteriores derivan hacia una sátira mucho más desgarrada.
· Intención moralizante. En la picaresca se juega con un doble plano: el pecador arrepentido narra desde el presente su vida anterior. Así se salva la contradicción entre las malas actuaciones que comete y los comentarios edificantes que hace a cada paso; unas y otros pertenecen a secuencias temporales distintas. Ese cambio de actitud es esencial para la acción moralizante de la novela. Así es como la picaresca se aproxima a la ascética: biografía de pecadores arrepentidos que ven el mundo como algo pasajero.
· Estructura abierta. La figura del pícaro es lo único que da coherencia al relato. Este se compone de una serie de escenas aisladas en las que intervienen personajes diversos y que se desarrollan en distintos puntos geográficos. Solo quedan engarzadas por la presencia del protagonista. Son obras que pueden prolongarse o acortarse a voluntad; siempre es posible intercalar una nueva aventura o, por el contrario, suprimirla.
· Personalidad del pícaro. Son factores esenciales la astucia y el ingenio, que le permiten sobrevivir en circunstancias tan adversas. En los sucesores de Lázaro se acentúan los rasgos negativos. Muchos de ellos son ladrones, tramposos, amigos de tretas y engaños..., pero rara vez llegan al homicidio; el propósito ejemplarizante del género impone sus límites. A pesar de que el pícaro es un marginado que mira a la colectividad con desprecio e ironía, aspira a un ascenso social que invariablemente se le niega.
3. LAZARILLO DE TORMES.
3.1. Fecha de composición y primeras ediciones:
Una de las muchas incógnitas que presenta La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades es la de su fecha de composición. Los intentos de determinarla se han apoyado en las referencias históricas que contiene, pero no resultan suficientemente claras. Partiendo de las alusiones a la expedición de los Gelves y a las cortes celebradas en Toledo, unos defienden una datación temprana, en torno a 1525, mientras que otros creen que se escribió poco antes de su impresión. Predomina el segundo criterio, con valedores tan ilustres como Marcel Bataillon, Francisco Rico, y Alberto Blecua. No faltan otras propuestas, como la de José Caso González, que habla de la posibilidad de que la obra de 1554 sea reelaboración de un texto anterior. Aunque no hay nada definitivo, parece que la datación tardía cuadra mejor con el contexto social al que remite el libro. Además, no resulta fácil admitir que una obra de estas características se mantuviera oculta mucho tiempo.
Tampoco la fecha de impresión se ha podido conocer con absoluta certeza. Hasta hace poco se conocían tres ediciones fechadas en 1554, que presentan muchas variantes entre sí: las de Alcalá de Henares, Burgos y Amberes. A ellas hay que añadir la recientemente descubierta del Medina del Campo, también de 1554. Se sabe de la existencia de una edición anterior perdida, de la que deriva la de Burgos; de ella procedería otra igualmente perdida, de la que parten las de Alcalá y Amberes. Tanto una como otra datan de 1552 ó 1553. En 1555 la obra se publica de nuevo, pero, al ser incluida en 1559 en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición, no vuelve a editarse hasta 1573.
3.2. El autor.
El problema de la autoría está también sin resolver. Se ha especulado mucho al respecto, pero faltan pruebas definitivas. Las atribuciones más convincentes que se han hecho desde el siglo XVI son: a fray Juan de Ortega, general de la orden de san Jerónimo, al poeta Diego Hurtado de Mendoza, a Sebastián de Horozco y a Juan de Valdés. La que más prosperó fue la de Hurtado de Mendoza, apoyada por Tomás Tamayo de Vargas y Nicolás Antonio, eruditos del siglo XVII; no es raro encontrar ediciones decimonónicas en las que figura su nombre.
Américo Castro cree que el autor debió de ser un converso, ya que el planteamiento crítico de la novela parece propio de una actitud de oposición. También se ha dicho que debía de estar ligado a los círculos erasmistas, por sus ataques contra las malas costumbres y la falta de caridad del clero.
El Lazarillo era cuando apareció una obra única y distinta, como afirmó Francisco Rico en 1987, cuyo contenido, la vida de un humilde pregonero, era poco frecuente en los libros de ficción de la época. El autor de la obra puso, además, todos los medios para dar a su libro apariencia de verdad. El más importante de ellos fue, sin duda, que no apareciera su nombre sino sólo el del pregonero, Lázaro, que relata su autobiografía. Así pues, es probable que en un primer momento los lectores del Lazarillo se acercaran a la obra como si se tratara de una historia real, y poco a poco descubrieran que se trataba de una ficción.
Indudablemente el autor era culto, aunque en el siglo XIX se creyó en un pícaro real como autor de la novela. Es culto por lo bien que escribe y por las alusiones que parecen a la literatura clásica: Plinio, Cicerón, y también por las alusiones bíblicas.
3.3. Estructura y contenido.
Algunos críticos, como Parker, opinan, que Lázaro no es un auténtico pícaro porque no escoge su vida, sino que se ve forzado a ella. Sin embargo, probablemente es la mejor novela picaresca, aunque haya otras más complejas. Es la mejor desde el punto de vista de la sencillez narrativa y la frescura.
Ya en el prólogo se anuncia que se trata de un relato autobiográfico en forma de carta, en el que el protagonista, desde el momento presente, cuando está casado y es pregonero de vinos en Toledo, va a contar su vida anterior. Toda la acción es, por tanto, retrospectiva.
En opinión de Francisco Rico, la estructura de la obra está supeditada al famoso “caso” a que se alude en el prólogo, de cuyos detalles quiere enterarse la persona desconocida a la que Lázaro dirige su carta al que trata como “vuestra merded”. Este “caso” no es otro que la deshonra del protagonista por las relaciones existentes entre su mujer y el arcipreste de San Salvador, que lo ha empujado al matrimonio. Todo lo que cuenta conduciría a un fin: justificar ese último episodio, cuando, paradójicamente, dice haber llegado a “la cumbre de toda buena fortuna”. Después de conocer sus míseras andanzas, no puede extrañarnos que se muestre satisfecho de haber mejorado de posición, aunque sea a costa de la propia honra.
El Lazarillo se compone de un prólogo y 7 tratados de muy desigual extensión. La mayor parte de la obra recoge las aventuras que el protagonista vive entre los 12 y los 14 años, que constituyen el fundamento de su personalidad y la justificación de su trayectoria vital.
Los tres primeros capítulos, en los que sirve a un ciego, a un cura y a un escudero muerto de hambre, son mucho más extensos y se recrean en todo tipo de detalles. Su estructura está bien trabada y en ellos se da un clímax ascendente: cada uno de sus amos le hace pasar más hambre que el anterior. A partir de aquí, se rompe la unidad. El cuarto y el sexto contrastan bruscamente por su brevedad y esquematismo. En pocas palabras se resumen cinco años de la vida del personaje. El desenlace en el séptimo es también muy rápido. El capítulo quinto, en el que asistimos a los fraudulentos manejos del buldero (vendedor de bulas), es un elemento intermedio; Lázaro deja de ser protagonista para convertirse en narrador de las escenas que contempla. Probablemente ese desfase se deba a que los nuevos episodios no aportan nada esencial a la evolución psicológica del protagonista; se ha consumado ya el proceso de aprendizaje.
3.4. Realismo y folclore.
Es frecuente hablar del realismo del Lazarillo, cuya finalidad sería ofrecer un fiel reflejo de la sociedad de su tiempo. No hay, por otra parte, lances inverosímiles; todo está perfectamente justificado y se ofrecen detalles muy precisos. Sin embargo, sabemos que muchos pasajes no se inspiran en la vida real, sino que refunden motivos literarios. Cabe preguntarse hasta qué punto se puede hablar de realismo en una obra que aprovecha toda clase de motivos folclóricos, tanto en la caracterización de los personajes como en las peripecias argumentales. El mismo tipo del Lazarillo cuenta con una larga tradición literaria.
Se puede concluir que estamos ante una variante de novela realista que no se ajusta a los moldes del realismo decimonónico y que solo puede ser considerada como tal en la medida en que se contrapone a los géneros no realistas. Lo que sí hace es situar a los personajes en un marco real y dotar al relato de tal coherencia y verosimilitud que parece la reconstrucción de una historia vivida.
Aunque el autor se sirve de fuentes tradicionales, no hay duda de que la elaboración artística es suya. Con unos contenidos heredados crea una estructura completamente nueva y original.
3.5. Caracterización de los personajes:
Lázaro, que desde un principio se nos muestra poseedor de grandes dotes de observación, irá aguzando su ingenio y discurriendo las tretas necesarias para poder sobrevivir. No es un pícaro maleado, sino un pobre muchacho que no tiene más medios que su propia inteligencia. Incluso es capaz de sentir compasión por uno de sus amos, el hidalgo, que une a su miseria la obligación de fingir de cara a la galería.
Como todos los pícaros, aspira al ascenso social y a salir del estado en que se encuentra. Se le presenta la ocasión y él la aprovecha. Se nos revela así como un hombre práctico, insensible al qué dirán. No le interesan las apariencias mundanas, como se pone de manifiesto en la aceptación de la deshonra final y en las críticas que hace de la actitud del hidalgo. Pero sí le importa la dignidad personal. Cuenta su vida para justificar su situación, para demostrar que ha subido desde la nada.
A diferencia del protagonista, los demás personajes reciben un tratamiento esquemático, exclusivamente caricaturesco. Son criaturas planas, sin evolución, de las que conocemos un solo rasgo: el que Lázaro quiere destacar desde su punto de vista personal. Su caracterización está supeditada a la intención satírica de la obra.
3.6. Lengua y estilo:
Teniendo en cuenta que es el propio Lázaro quien toma la palabra, resulta plenamente acertado el uso de un lenguaje coloquial, lleno de expresiones populares, de refranes y modismos, que imita el habla cotidiana de la época, incluso los descuidos e incorrecciones (cacofonías, anacolutos). Sin duda, lo más artificioso ha sido dar a la obra esa apariencia de sencillez que tan bien cuadra con la humilde condición de su protagonista.
El autor se acoge a las leyes del decoro; los personajes se comportan y hablan de acuerdo con su estado social, origen y educación. Sin embargo, el narrador-protagonista emplea vocablos y giros cultos, construye frases complejas y se sirve de recursos retóricos cuidadosamente dispuestos: polisíndetos, metáforas, símiles, paradojas, antítesis, paralelismos... El autor, como ya hemos mencionado, debía de ser una persona relativamente culta, como lo demuestran también algunas alusiones a las Sagradas Escrituras y a los clásicos (Plinio, Cicerón, Ovidio) que se recogen a lo largo de la novela. Quede claro que esta erudición jamás traspasa los límites de la conveniente ni desentona con la sencillez del conjunto.
3.7. Valor y sentido.
La lectura del libro deja abierto un interrogante acerca de cuál es la postura que adopta el autor. El final no puede ser más ambiguo. ¿Qué sucede? ¿El novelista hace un desplante a la sociedad demostrando que las ideas que la rigen son ridículas ya que pretende exigir que se preocupe de la honra mundana un individuo que ni siquiera tiene para comer? ¿O bien se ríe de Lázaro cordialmente?
Se ha señalado unánimemente su actitud crítica en relación con la iglesia y sus ministros, cuya falta de caridad y mezquino materialismo figura en primer plano, motivo por el que se le ha vinculado a las esferas erasmistas. Cinco son los personajes a través de los cuales se encauza, aunque con muy distinta intensidad, la sátira antieclesiástica: el clérigo avaro, reducido a la condición de pura caricatura; el fraile de la Merced, el capellán y el arcipreste de San Salvador, de quienes se nos dicen muy pocas cosas, y el buldero, un farsante que no vacila en traicionar la buena fe de la gente sencilla, con tal de obtener beneficios. Es este un episodio clave que permite deducir que, si pueden producirse situaciones de ese tipo, es porque la iglesia ha fomentado prácticas vanas y creencias superficiales. Resulta evidente que el tema religioso no surge por azar sino con la intención de ahondar en él y dar pie a la sátira.
4. LA NOVELA BARROCA.
La narrativa barroca hereda y transforma de modo radical las modalidades procedentes del siglo XVI. En esa evolución tienen un papel destacadísimo, aunque de distinto calado, tres narradores: Miguel de Cervantes, Mateo Alemán y Francisco de Quevedo.
4.1. Cervantes y la configuración de la novela moderna.
Cervantes forja un universo estético nuevo al recibir y desarrollar la herencia del realismo. Crea la novela moderna profundizando en la teoría del decoro (la coherencia en el hacer y el decir de los personajes, predicada por las doctrinas clasicistas) y ensanchándola para abarcar el mundo complejo y contradictorio que se presenta ante sus ojos. El Quijote (1605 y 1615) mezcla la parodia literaria de un género obsoleto (los libros de caballerías), la agilidad narrativa aprendida en los novellieri italianos (de Boccaccio a Mateo Bandello), la atenta observación de las personas y las cosas (que estaba ya en el Lazarillo de Tormes), un singular dominio del lenguaje (natural y espontaneo, pero denso y elaborado), unas sorprendentes novedades técnicas (juego con distintos narradores que se corrigen y contradicen; presencia e influjo de la Primera parte de la novela sobre la Segunda) y buenas dosis de humor, comprensión y malicia.
Se ha dicho que en el Quijote se encierran todos los secretos del arte novelesco. Quizá no sea exactamente así; pero sí puede afirmarse que en esta obra singular están las claves de la novela occidental, muy especialmente de la realista del siglo XIX.
Cervantes, quizá sin proponérselo y advertirlo, creó en un solo libro la fórmula de la ficción compleja, amplia, que retrata el entorno de los protagonistas a través de un elenco extenso y diversificado de personajes y de una descripción puntual y aparentemente exacta de los paisajes, objetos e incluso animales que los rodean.
El éxito de la obra fue inmediato, pero no tuvo continuadores o, mejor dicho, sus continuadores fueron pálidos reflejos de la gran creación cervantina.
4.2. La transformación de la novela italiana.
Con la publicación de las Novelas ejemplares (1613) de Cervantes se inauguró en España un género fecundísimo que hasta entonces no había tenido en nuestro suelo un autor que supiera imprimirle un sello personal: la novela corta italiana de ambiente cortesano. Si bien el influjo cervantino posibilita la existencia de una fabulación autóctona, sus continuadores no aprovechan enteramente las posibilidades que en su obra se vislumbran. Se acogen a lo más externo y superficial; no imitan el mundo complejo de los personajes y la sátira mordaz de la sociedad de su tiempo, sino las aventuras intrincadas, regidas por el azar, que caracterizan a las piezas más endebles de la colección.
Naturalmente, pesa mucho la influencia de los grandes novellieri italianos; Boccaccio, Bandello, Straparola, Giraldi Cinthio... que habían sido traducidos. A veces los autores españoles toman de su modelo las líneas generales de la trama argumental y algunas situaciones.
El escenario en que se desarrollan estos relatos suelen ser las grandes ciudades. Los personajes pertenecen, por lo general, a las clases altas. Son damas y caballeros de vida ociosa que cultivan el galanteo.
El concepto esencial que rige toda la arquitectura novelesca es el amor. La mujer deja de ser un objeto inerte, pasivo, y pasa a intervenir de una forma más activa en la peripecia amorosa, tal y como hacía en la comedia. El tono, habitualmente desenvuelto, raya a veces en la procacidad (desvergüenza).
A una con el amor, domina otro sentimiento esencial: el honor. El orgullo del linaje y la honra familiar pasan a ocupar un lugar destacado, así como la dignidad de las propias acciones.
En buena medida, la novela cortesana se contagia de los lances y figuras de la comedia. A pesar de la gran dosis de fantasía novelesca que hay entre sus ingredientes, constituyen un documento social de interés.
Entre los cultivadores del género se cuentan Gonzalo De Céspedes y Meneses, Juan Pérez De Montalbán,... Asimismo se acercan a él autores como Lope De Vega (Novelas a Marcia Leonarda) o Tirso De Molina (Deleitar aprovechando...). Adquieren particular relieve dos figuras de las que ahora nos ocuparemos.
Alonso De Castillo Solórzano (Tordesillas, Valladolid, 1584-h 1648) luce sus dotes narrativas en gran número de novelas cortesanas, agrupadas por colecciones al estilo boccacciesco. Entre otros libros, destacan Tardes entretenidas, que incluye un conjunto de relatos galantes, de grata lectura, llenos de colorido, que tienden a una visión idealizadora y, aunque injertan algunos motivos picarescos, no se salen nunca del buen tono; y Jornadas alegres, que se apoya en la tópica ficción de reunir algunas narraciones que alivien el ocio del viajero.
María De Zayas (Madrid, 1590 – 1661) aparece rodeada de una aureola de feminismo, debido a su intento de poner a los dos sexos en pie de igualdad. Presenta a la mujer como víctima de los engaños del varón. Es llamativa la libertad en la recreación de las aventuras amorosas, que a veces adquieren un aire mórbido y sensual. Se multiplican los lances: raptos, desafíos, naufragios, hechizos... Insiste en presentar las ficciones como hechos reales, aunque no faltan elementos fantásticos. Su estilo es directo y expresivo. Toda su producción se recoge en dos libros, cada uno con 10 narraciones: Novelas amorosas y ejemplares. Honesto y entretenido sarao y Desengaños amorosos. Parte segunda del sarao y entretenimientos honestos.
4.3. La evolución de la picaresca. Francisco de Quevedo. Mateo Alemán.
4.3.1. La herencia del Lazarillo: Como ya se ha señalado, el parentesco que existe entre la obra anónima del XVI y sus sucesoras barrocas ha sido muy discutido. Sin embargo, hemos admitido la existencia de una serie de rasgos comunes, a pesar de las muchas diferencias de concepción que separan a la una de las otras.
No cabe negar, con todo, que algunos de estos rasgos se irán perdiendo en la evolución del género. El Lazarillo había puesto en circulación un trascendente hallazgo estético: el realismo psicológico. Esta característica se mantiene en el Guzmán de Alfarache. Pero luego se pierde y la novela picaresca, siguiendo la ruta marcada por El buscón de Quevedo, se convierte en una acumulación de estampas burlescas o satíricas, que no contribuyen a crear ante los ojos del lector un personaje complejo, sino un testigo-protagonista de las diversas aventuras. El influjo de la fantasía lucianesca (relatos caricaturescos sin conexión) es decisivo en este proceso. Buena muestra de ello la tenemos en El diablo cojuelo de Luis Vélez De Guevara, que prescinde incluso de la forma autobiográfica, perfectamente coherente en las dos primeras novelas, en las que la voz que escuchamos es la del pícaro. Luego nos encontraremos con un mero calco de esa estructura. La autobiografía, cuando se da, no es más que el soporte al que se adhieren los más heterogéneos elementos.
La pérdida del realismo psicológico puede llevar también a que el interés se centre en la realidad descrita, que ya no se utiliza para justificar las reacciones del protagonista. En estos casos, la picaresca deriva hacia el costumbrismo (Lazarillo de Manzanares de Juan Cortés De Tolosa). Otras veces se asimila al género de aventuras (La vida de don Gregorio Guadaña de Antonio Enríquez Gómez) o incorpora elementos de la novela cortesana (Aventuras del bachiller Trapaza y La garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas de Alonso De Castillo Solórzano.
Otro de los cambios operados es lo que podría llamarse la santificación del héroe. Tradicionalmente se viene admitiendo que uno de los rasgos esenciales de la picaresca es el reflejo del inframundo de la delincuencia. En la obra central del género, el Guzmán, la función del pícaro como ser marginado que ofrece una moralidad a contrario está clara; pero el afán adoctrinador pesa muchísimo. Ese pícaro predicador se va a convertir en una buenísima persona en la Vida del escudero Marcos de Obregón de Vicente Espinel e incluso un santurrón más bien impertinente en Alonso, mozo de muchos amos de Jerónimo de Alcalá Yáñez. En la primera se pierde también otro ingrediente capital, al dejar de describir los esfuerzos fracasados de una persona para huir del puesto social al que lo condena su nacimiento. La deshonra inicial ha desaparecido y solo queda una vida itinerante e inestable.
En estas novelas, escritas en un tiempo de crisis, la visión del mundo es mucho más agria y pesimista que en el Lazarillo.
6.3.2. El buscón.
Quevedo tiene en su haber una de las más notables novelas picarescas: La vida del buscón llamado don Pablos. Pese a la madurez del estilo es una obra de juventud, que debió escribirse en torno a 1603 – 1608.
Cuenta las aventuras del segoviano Pablos, hijo de un barbero ladrón y de una judía medio bruja. Entra al servicio de don Diego Coronel, al que acompaña en sus estudios. Célebre es el episodio en que amo y criado sufren los rigores del hambre bajo el pupilaje del dómine Cabra. El protagonista intenta salir del ambiente en que se ha criado y conseguir una buena posición social, pero fracasa y se inicia en el camino de la picardía. Tras una serie de aventuras desafortunadas, emigra a América para mejorar su suerte. Tampoco allí logrará su propósito.
Lo más interesante de la novela es su acabado estilo conceptista, ingenioso y demoledor, lleno de equívocos y sarcasmos crueles. Abundan las sátiras, incluso contra la Inquisición, y los personajes aparecen caricaturizados. Es una obra despiadada, en la que Quevedo se ensaña con sus criaturas, sin mostrar la menor comprensión ni solidaridad hacia ellas. No hay aquí ni rastro de realismo. Todo es excesivo, monstruosamente hiperbólico. Pero sí es evidente que el autor parte de una realidad muy concreta que somete a su óptica deformante. Ya hemos hablado antes del papel que desempeña en el proceso desintegrador que sigue el género picaresco.
Aunque se han hecho distintas interpretaciones de El buscón, estamos de acuerdo con Fernando Lázaro Carreter en que se trata, ante todo, de una obra de ingenio. Lo que la define es la portentosa elaboración de su verbo, la intensidad de la palabra, que atrae la atención sobre sí misma, la acumulación de pinceladas grotescas. Desprovista del ropaje formal, su contenido quedaría reducido al de cualquier otro texto picaresco. Eso no impide reconocer que, tras el retorcimiento de la palabra, se oculta una amarga visión del mundo, un pesimismo radical.
6.3.3. Mateo Alemán y el Guzmán de Alfarache
Mateo Alemán es de origen converso, lo que quizá ayude a explicar la amargura y el resentimiento que rezuma su obra. Lleva una vida aventurera, acosado siempre por las dificultades económicas. Tiene problemas con la justicia y va a la cárcel más de una vez. Su pesimismo se acentúa con la conciencia de ser injustamente marginado.
Publica la primera parte de su novela en 1599; la segunda aparecerá en 1604. Recoge algunas de sus vivencias y reflexiones personales. Nos muestra un mundo hostil en el que el hombre es el peor enemigo para sus semejantes; la vida aparece como una lucha sin cuartel en la que reinan el vicio y la falsedad.
Como es propio de la picaresca, nos encontramos con una visión unilateral del mundo. Desde su situación final (la condena a galeras), el protagonista cuenta sus aventuras y desventuras para transmitir una enseñanza al lector. Salta a la vista que la estructura de esta novela viene condicionada por su intención ejemplarizante. La acción se ve continuamente interrumpida por digresiones y comentarios morales, que no son simple relleno, sino ingredientes esenciales en los designios del autor. Hay, además, gran cantidad de cuentecillos, anécdotas y parábolas, ajenos a la historia nuclear, que refuerzan las enseñanzas. Lo didáctico predomina sobre lo narrativo. También se intercala alguna novela corta, a modo de paréntesis puramente artístico, para dar un respiro a los lectores.
En el Guzmán de Alfarache sí se tiene en cuenta cómo evoluciona el personaje. Cada vivencia deja huella en él y va sentando las bases de su devenir moral. Lo vemos avanzar hacia la degradación, hasta que llega al punto en que emprende el camino del arrepentimiento. Hay, por tanto, una estructura climática ascendente y descendente.
Encierra la obra una dura crítica que recae sobre personajes representativos de los diversos grupos sociales. Pero, de modo un tanto contradictorio, el protagonista muestra una clara voluntad, siempre frustrada, de integración en la sociedad que critica. El ritmo se desarrolla en un tempo lento, con expresión reconcentrada. El lenguaje es intenso, detallista, de léxico exuberante. Se advierte una considerable preocupación estilística y un alto grado de elaboración de la prosa. Ofrece un complejo y riquísimo retrato del mundo barroco.
6.3.4. Otras novelas: El éxito del Guzmán de Alfarache propició la resurrección de la literatura de asunto picaresco. Además de El Buscón de Quevedo, contamos con una larga serie de relatos. Entre ellos destacamos Vida del escudero Marcos de Obregón de Vicente Espinel, La pícara Justina de Francisco López De Úbeda, Las harpías de Madrid y coche de las estafas y La garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas entre otras de Alonso De Castillo Solózarno, que presentan la novedad de incorporar un personaje femenino como protagonista. Además de los citados destacamos El guitón Onofre de Gregorio González, La desordenada codicia de los bienes ajenos de Carlos García, Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo...
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