Debate abierto sobre la ortografía en la escuela

     



Soy de esa generación que estudió con las monjas, algunas de ellas todavía nos estiraban de la coleta cuando parloteábamos en clase, o nos dejaban castigadas en el comedor hasta que rebañábamos el plato. Soy de esa generación que aún recuerda sin traumas  el día en que se quedó sin patio porque escribió "hombre" sin hache y con ene, y que tuvo que copiarlo cincuenta veces en el encerado. Debía de tener unos ocho años.  No sé si los métodos fueron los idóneos, pero sí lo fueron los resultados. 

Soy parte de la cadena de profesores a los que les ha tocado enseñar ortografía desde la primaria hasta prácticamente la universidad. Los niños no hacen copias, apenas dictados, no dedican suficiente tiempo a la lectura. Me encuentro chicas y chicos de dieciséis años  que no escriben los nombres propios con mayúsculas, por no mencionar las tildes y todas las reglas más o menos arbitrarias de la escritura. 

El sistema escolar ha fracasado sin paliativos. No queremos hacer sufrir a los niños con copias de siglos pasados, sin embargo les condenamos a ser analfabetos. Mi abuela, que solo fue unos pocos años al colegio, cometía tantas faltas ortográficas con su letra temblorosa como algunos de nuestros alumnos que se preparan para ir a la universidad. Condenamos a nuestros niños y jóvenes a perpetuar un aprendizaje que debieran lograr con mayor o menor éxito en primaria. Les hacemos creer que el aprendizaje de la ortografía es insondable y arduo porque no dedicamos tiempo a la corrección y a la autocorrección y porque, en definitiva, llevan toda la vida practicando el método de ensayo y error. 

Desde los ocho años he escrito muchas más de cincuenta veces la palabra "hombre". Desde aquel día que me quedé sin patio, siempre con hache y con eme antes de be. 

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